Las enfermedades crónicas no transmisibles (ENT) causan en la Región de las Américas unas 5,5 millones de muertes por año, según reflejan los datos de la Organización Panamericana de la Salud mientras que a nivel local las cifras del Ministerio de Salud de la Nación señalan que más de 150 mil argentinos fallecen al año por diabetes, hipertensión, insuficiencia cardíaca o cáncer.
Según expertos, estas condiciones muchas veces vienen acompañadas de trastornos mentales como depresión o ansiedad, cuadros sumamente subdiagnosticados (hasta en 7 de cada 10 casos), que retroalimentan a las ENT y pueden provocar su desatención por el estigma asociado a los padecimientos psíquicos.
“Desde el punto de vista de la salud pública, las enfermedades no transmisibles son grandes condiciones médicas que representan un 70% de la morbimortalidad. Además, están asociadas con los trastornos mentales”, indicó Roberto Amon, especialista en Psiquiatría de Adultos y Profesor Asociado de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de los Andes (Chile), quien participó del Fórum con la ponencia denominada “Integrando la salud mental a las enfermedades no transmisibles”.
Además se demostró que pacientes con depresión no cumplen con los regímenes de medicamentos en una frecuencia tres veces mayor que los pacientes libres de depresión y también existen evidencias que la depresión predice la incidencia de problemas cardiacos.
Atentos a esto, los especialistas convocados en el foro regional “Haciendo visible lo invisible: tomando conciencia de las enfermedades no transmisibles”, que está teniendo lugar con cinco encuentros virtuales semanales hasta el 13 de mayo con transmisión central en diversos países de Sudamérica y Centroamérica, hicieron un llamado para implementar un abordaje integral del paciente y actuar preventivamente en ambas condiciones.
El círculo vicioso que se conforma entre las enfermedades no transmisibles y los problemas de salud mental se explica porque con frecuencia la depresión lleva al sedentarismo y a descuidar los hábitos nutricionales, incrementando el riesgo de desarrollar sobrepeso y obesidad, hipertensión, colesterol elevado y diabetes o el cuadro conocido como síndrome metabólico.
“Los pacientes con trastornos depresivos y de ansiedad, si no están siendo tratados por estos cuadros suelen desarrollar mucha sintomatología física y presentan dolor, problemas musculares y contracturas, trastornos digestivos y del sueño que los hacen deambular por consultorios de diferentes especialidades, lo que hace difícil dar con el diagnóstico de la enfermedad mental de base, si es que uno no se da tiempo para profundizar con el paciente en el plano existencial”, puntualizó Amon.
Asimismo añadió: “Muchas veces, cuando llega un paciente con una crisis emocional a la guardia, se le da un ansiolítico y se lo envía al servicio de salud mental, tras haberlo examinado poco y pudiendo pasar por alto muchas cuestiones médicas. A esto hay que sumarle el elevado sub diagnóstico de trastornos mentales: el retraso diagnóstico en muchas de estas patologías es de hasta 10 años”.
“Sabemos que existe una interacción entre la salud mental y otras enfermedades, pero –lamentablemente- en ocasiones lo que está en primer plano es el trastorno mental, y éste puede eclipsar una enfermedad médica subyacente y se retrasa su diagnóstico, o bien al revés está en primer plano la enfermedad médica como una artritis reumatoidea, un síndrome metabólico o una insuficiencia cardíaca, por dar un ejemplo, y pasamos por alto la depresión o el trastorno de ansiedad, en ambas situaciones los resultados del tratamiento serán insuficientes”, enfatizó Amon.
Según cifras de la Organización Panamericana de la Salud, en la Región de las Américas mueren 2,2 millones de personas por ENT antes de cumplir 70 años, las que se consideran muertes prematuras. En la Argentina, fallecieron cerca de 100 mil personas por año por enfermedades cardiovasculares.
Para el Dr. Amón, una de las barreras es que la mayoría de estas enfermedades son silenciosas: “Mucha gente ignora que es hipertensa, por ejemplo, y esa enfermedad lentamente va dañándole el riñón, el corazón y los vasos sanguíneos del cerebro. Muchos se enteran al sufrir un infarto y recién entonces deciden empezar a llevar un estilo de vida saludable y realizar controles médicos periódicos”.
“Por otro lado, la obesidad y la diabetes tipo 2 antes se observaban en personas a partir de los 40 años, mientras que ahora se ven en niños y adolescentes. También son más frecuentes los trastornos emocionales y de ánimo en niños, posiblemente por los estilos de crianza y la pérdida de la familia extendida con abuelos, tíos y primos. Además, el sedentarismo se ve favorecido por el uso extremo de pantallas en general (celulares, computadoras y tablets, entre otras) algo que a veces la familia facilita para ‘que se entretenga con la consola y moleste menos , en detrimento de jugar con amigos al aire libre y hacer deporte”, consignó Amon.
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Pandemia: más ansiedad y trastornos del sueño.
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El doctor Amón indicó que la pandemia está impactando en las ENT por la falta de consultas y controles durante el aislamiento y porque, en algunos aspectos, empeoró el estilo de vida: menos vida activa, más ingesta de alimentos ricos en sal, grasa y azúcares, aumento del consumo de alcohol y angustia.
“Se vio mucho retraso en las consultas médicas: por ejemplo, las mujeres no se realizaron su mamografía anual y otros controles ginecológicos, lo que privó seguramente de arribar a diagnósticos precoces de enfermedades oncológicas. Veremos coletazos fuertes de la pandemia en los próximos 5 años. A su vez, desde el punto de vista de la salud mental, muchos pacientes que estaban dados de alta se desestabilizaron y volvieron a consultar”, dijo.
Asimismo agregó: “Además, en múltiples países hubo reportes de un 30 a 40% de la población con trastornos del sueño; algunos fueron transitorios, pero otras personas siguieron con problemas para dormir, desarrollaron trastornos del ánimo, ansiedad y cuadros de depresión”.